jump to navigation

Estivi y Boca Negra, Parte III jueves, junio 8, 2006

Posted by El Edu in La Cotidianidad de mi Vida, Montañismo.
trackback

Una vez fuera, le dijeron: "Ponte a salvo. Por tu vida, no mires hacia atrás ni te detengas en parte alguna de esta llanura, sino que huye a la montaña para que no perezcas." –Génesis 19:17

El Salto de Estebanía

La lluvia amainaba a medida que nos acercábamos al salto. Estábamos cansados, con frío, hartos de divagar, preocupados por la cercanía del atardecer y por la lluvia que podía arreciar en cualquier momento. La soga se hacía cada vez más pesada e incómoda de cargar, pero ya no podía abusar del pobre Pepito, quien, como recordará el lector, la cargó durante largo rato mientras subíamos la montaña maldita. Seguíamos andando por el río, luchando contra la corriente, que era cada vez más fuerte. El agua cristalina había desaparecido, siendo remplazada por otra turbia, sucia, producto de la precipitación en lo alto de la sierra, que erosionaba la tierra y provocaba la inminente crecida del río.

Mientras bordeábamos una de las curvaturas del río, comenzamos a escuchar el rugido de la cascada. Luego de tantas peripecias, finalmente estábamos por llegar. Caminamos unos metros más y allí, con toda su majestuosidad, apareció ante nosotros el motivo de nuestra expedición: el Salto de Estebanía.

Nos acercamos cautelosamente. Pablo estaba asombrado por la fuerza y la cantidad de agua que tenía la cascada, ya que la otra vez que habían ido, era mucho menor. Analizamos durante algunos minutos nuestro proceder. Había demasiada agua para intentar bajar a rappel de forma segura, pero Goku insistía en que lo hiciéramos. Pero, el otro problema era que no sabíamos por dónde subir hasta el comienzo del salto. Una vez más (o quizás la única) acordamos ser precavidos, y decidimos no intentar bajar por allí. Mejor sería volver en otra ocasión, con unas condiciones climáticas favorables y con el tiempo a nuestro favor.

Pablo se quedó a un lado mientras nosotros caminamos hasta la cascada. Miramos a nuestro alrededor en busca de un sendero que pudiésemos tomar la próxima vez que fuésemos, pero no encontramos nada. Entramos con cuidado al agua, apoyándonos de la pared hasta llegar al salto de agua y sentirlo sobre nosotros. Pero sólo en ese extremo, porque colocarse en el medio de aquella gran caída de agua hubiese sido un suicidio, por la fuerza con que chocaba con la superficie del charco que se formaba.

La lluvia tomaba un nuevo ímpetu, así que decidimos volver a donde estaba Pablo, quien se hallaba sentado en una ladera con su casco puesto no sé haciendo qué. Nos juntamos y resolvimos irnos, pero no sin antes tomarnos las fotos que probaran que habíamos llegado al salto, en caso de que ocurriera una tragedia y encontraran nuestros cuerpos inertes flotando por el río. O también, y con menos dramatismo, en caso de que estuviésemos contando la historia y ninguno de ustedes nos creyeran.

El Edu, El Grifo y El Goky frente al Salto El Pepi, El Edu, El Grifo y El Goky

De repente, mientras nos preparábamos para partir, escuchamos un estruendoso ruido que competía con el feroz rugido de la cascada. Miré hacia arriba y me di cuenta que el cañón no era ya seguro. "­¡Un derrumbe!", grité. . Grandes rocas se deslizaban hacia el río. Asustados, nos pegamos todos de la ladera en que nos encontrábamos, buscando evitar morir aplastados por las piedras que caían. Al comprender lo que sucedía, El Pepi abrió los brazos, se impulsó hacia atrás y, con una cara de terror que me recordó el rescate de Sahira en Samaná, gimió: "¡¿Dónde?!". Me volteé hacia él a contestarle que el deslizamiento ocurría al otro lado del río cuando, en ese preciso instante observé cómo una gran roca caía por nuestro lado y pasaba por entre Goku y Pepito, a escasos centímetros de impactarlos. El peligro era inminente. "¡Al río!", exclamé, y, sin pensarlo dos veces, nos lanzamos al medio del cauce, corriendo como locos para escapar de aquel desastre natural que se nos venía encima.

El señor de la montaña

Cuando nos hubimos alejado lo suficiente, nos paramos a recuperar el aliento y a revisar si estábamos todos bien. Habiéndonos acomodado la carga y el calzado, continuamos la escapatoria hacia el vehículo, el cual estaba a unos 15 minutos de allí. La corriente seguía tomando fuerza y se nos hacía difícil andar, pero sólo queríamos salir de allí. Iba caminando detrás de Pablo cuando este se detuvo y balbuceó alguna ininteligible expresión de horror. Al levantar la vista, vi un enjambre de unas enormes criaturas a las cuales habíamos molestado. Nos devolvimos, huyendo a toda velocidad para evitar ser devorados por aquellos monstruos. Cuando Goku y El Pepi nos vieron correr hacia ellos, se asustaron aún más que nosotros. Goku se quedó tieso, resignado a enfrentarse a lo que fuese que nos perseguía. Pero no nos siguieron. Se quedaron custodiando su morada. De lejos vimos que eran avispas, pero las avispas más grandes que habíamos visto en nuestras vidas. ¿Es que no estaríamos seguros hasta salir de aquel lugar?

Seguimos avanzando por otro lado, alejándonos lo más posible de las avispas gigantes. En ese momento, vimos una figura humana que se deslizaba con velocidad por entre el follaje. Era un hombre. Cargaba un saco en el hombro y llevaba un machete al cinto. ¿Vendría a matarnos? ¿O era otro pobre desgraciado que intentaba escapar con vida? En nuestro estado de impotencia, ansiábamos desesperadamente cualquier ayuda, así que nos arriesgamos y le gritamos "¡Señor! ¡Espere!". El hombre no pareció escucharnos, o al menos eso pensamos, porque no aminoró la marcha y siguió andando. Decidí correr y cruzar el río para alcanzarlo, ya que en él podíamos encontrar la clave para nuestra salvación.

Me acerqué a él y me saludó sonriente, pero sin detenerse. Seguí caminando a su lado, mientras le contaba de nuestra aventura. Me dijo que él tenía un conuco en la montaña, cerca del salto, donde sembraba yuca y otras hortalizas. Señaló al agua y me dijo que estaba sucia porque estaba lloviendo mucho en la montaña y me imploró a que saliéramos de allí cuanto antes, porque el río estaba creciendo y en poco tiempo sería intransitable. Como seguía su paso, poco a poco fui dejando atrás a los demás, quienes venían más lento. El señor, muy amable, me explicó cómo subir al salto por la montaña, siguiendo un sendero de animales que subía por donde estábamos cuando comenzó el derrumbe. Pero me hizo hincapié en que no podíamos ir cuando llovía, lo cual ya habíamos deducido nosotros mismos.

Seguí con él hasta la camioneta, charlando amenamente. Cuando le hice el recuento de nuestra escalada, me preguntó de dónde veníamos. "De la capital", le dije. "¡Ah, pues es un buen ejercicio eso, entonces!", me respondió. Ejercicio, odisea… ¿qué más da? No pude hacer más que sonreír y asentir con la cabeza. Nos despedimos y me dijo que cuando volviéramos pasáramos por el conuco para él brindarnos de su cosecha. Le agradecí su ayuda y le deseé buen viaje, pues el continuaría bajando por el río.

Al poco rato llegaron los demás. Pablo estaba un poco confundido. Se había caído de lado en el río sin saber bien cómo pasó. Nos cambiamos la ropa mojada y, tranquilamente, comimos algunos sándwiches y palitos de queso. Después de todo lo que había pasado, nos creíamos a salvo.

Pero aún faltaba más…

Punto y seguido. Tags: , , , ,
Technorati Tags: , , , ,
Copyright Eduardo Suero

Comentarios»

1. César, El - jueves, junio 8, 2006

Que bien, que bien, ven porque es que no hago nada de eso? «yo toy muy viejo para esas cosas» ®…. Pepi-foto.. nama sale el enfocado….

2. pepitomiro - jueves, junio 8, 2006

Obviamente no tengo los talentos de Raul para autofotografiarnos. Además, taba lloviendo más que el diablo y no quería que se mojara la cámara más.


Deja un comentario